Cuando era pequeña, veía como mi mamá le temía a muchas cosas, especialmente a la lluvia, cada vez que comenzaba a llover, corría para la casa de mi abuelo (que era al frente), mientras notaba el desespero en su cara yo solo le decía “mami, pero si el techo se va a caer, se cae en la casa de nosotros o en la de mi abuelo”, en ese momento no entendía lo que era tener en tu mente una voz interna que todo el tiempo te dice que algo malo va a pasar.

Comencé a crecer y a sentir miedo, tal vez no a la lluvia, pero si a muchas situaciones de la vida diaria, en algunos momentos, veía el mundo como un lugar inseguro donde todo podía pasar, luego, este miedo no solo era con el entorno, sino conmigo, se combinó con un poco de inseguridad de "no voy a poder sola” y así comencé a intentar cuidarme del mundo afuera “peligroso”, no dejando de salir tal vez, pero si pensando demasiado las cosas.

Así, fue transcurriendo gran parte de mi vida, hasta más o menos 3 meses, después de hacerme las constelaciones familiares, comencé a ver el mundo de una manera diferente, pensé en todo lo que estaba dejando pasar por caminar siempre de la mano del miedo, hasta que un día, decidí ponerme a mi misma la primera prueba, un viaje sola, donde todo lo hiciera por misma, así que más allá de “tener el valor”, tuve decisión, tuve la medida exacta de energía para lanzarme a pesar del miedo.

Hasta que me lancé a ver eso que la Sofia de hace dos años, tal vez no hubiera sido capaz: viajar totalmente sola.

Desde que conocí Bogotá, tuve una conexión indescriptible con esa ciudad, me enamoré, de sus espacios, de su cultura, de su arquitectura, desde ese momento me he visualizado cientos de veces viviendo allí, sin embargo, no me atrevía a dar el primer paso.

Todo el tiempo me repetía la idea de: quiero ir a Bogotá, quiero volver a habitar sus espacios, pero siempre me ponía mil excusas, el dinero, el tiempo, el trabajo hasta que descubrí que esas excusas tenían un nombre: MIEDO, y es que a pesar de que era algo que quería hace mucho, mentalmente sabía que volver, era comenzar a manifestar esa vida que me soñaba, ¿pero ¿cuál era el lio con eso? Empecé a entender que inconscientemente, era iniciar la transición a independizarme, no solo físicamente sino también emocionalmente.

Hacer este viaje, fue un abrazo a la autoestima, fue decirme a mí misma, “vos podes”, fue sentirme orgullosa, fue reafirmarme, que yo, era mi propio puerto seguro, fue asegurar, que nada mejor que lanzarse, a pesar del miedo.